Nos enseñaron toda la vida que juzgar a los demás es malo, y
que prejuzgar es aún peor. Pero quienes nos alertaban sobre estas inapropiadas conductas
sociales no advertían que formarse un concepto de los otros a través de lo que
conocemos de esas personas, o de lo que no conocemos, es inherente a la propia
naturaleza humana. Necesitamos interpretar la realidad para tomar decisiones de
todo nivel, y en ese entendimiento del entorno evaluamos constantemente a quienes
nos rodean, formando opiniones. Si no lo hiciésemos nos quedaríamos paralizados,
ya que la opinión precede a las decisión, y ésta a su vez a la acción.
Un juicio puede ser equivocado, pero cuando se realiza en
forma cuidadosa, crítica y reflexiva tiene mayor posibilidad de ser acertado.
El juicio acerca de los demás se basa en lo que conocemos de esas personas. Pero
conocer requiere tiempo y dedicación, y como la mayoría de las veces no los
tenemos, el prejuicio se hace imprescindible. No tenemos elementos suficientes
para juzgar, pero si no prejuzgamos tampoco podemos actuar.
El problema con los prejuicios es que necesitamos advertir
que son sólo eso, y que no pueden ser definitivos. Los prejuicios hablan más de
nosotros mismos que de las personas que son objeto de ellos; cuando formamos
opinión sobre los demás a partir de un prejuicio, lo hacemos basados en nuestra
propia historia, forma de pensar y percibir al mundo.
Quienes son responsables de conducir una organización
interactúan con decenas o cientos de personas, algunas de forma más cercana,
otras de manera superficial. También asumir una posición nueva en un nuevo
sector obliga a trabajar con información incompleta sobre el resto del equipo.
Ambos casos pueden dar lugar a una profunda falta de acción, o inoperancia, si
no se forma opinión en base a lo que podríamos llamar prejuicios operativos, los cuales podríamos definir como aquellos
prejuicios que, ocupando un espacio vacío en nuestra percepción del mundo, nos
permiten completar otros pensamientos y de ese modo racionalizar mejor nuestra
experiencia para tomar decisiones.
Por supuesto que nuestras decisiones serán siempre mejores cuanta
mayor información tengamos. Por este motivo, con el tiempo debemos revisar
nuestros prejuicios, ya que tienden a permanecer en nosotros, y no cambiarán si
no hacemos un esfuerzo a nivel consciente. Una vez que hemos logrado formarnos
opinión sobre algo desaparece la tensión interna que nos impulsa a conocer más,
y nos conformamos.
Tener prejuicios no es malo, siempre que nos ayude a
mantenernos en movimiento. Pero saber que lo que tenemos es un prejuicio, es aún
mucho mejor. Con tiempo y dedicación podremos formarnos una opinión más productiva.